Quisiera agradecer y felicitar a las autoridades de la Biblioteca Carlos Real de Azúa por haber tomado la iniciativa de recordar y reconocer su contribución a la cultura uruguaya en el centenario de su nacimiento. Aunque me expreso a titulo personal, estoy seguro que mi sentimiento es compartido por todos los familiares de Carlos, tío segundo mío, de quien tuve la fortuna de ser muy allegado. Gracias a ello fui testigo privilegiado de su relación con los libros y las bibliotecas. De la suya me beneficié asiduamente durante mi adolescencia hasta bien entrada mi juventud, cuando pasé a residir en el exterior.
Carlos Real de Azúa vivió por, para y entre libros, creo casi desde que tuvo uso de razón. Su apartamento de la calle Mercedes esquina Médanos (hoy Barrios Amorín) se fue transformando progresivamente en una vasta biblioteca, y su conversación y diríase que hasta su respiración, se nutria, se inspiraba y se apoyaba en ellos de los modos más diversos . Perteneció a una época y a un medio en que libro que le interesaba era libro que conseguía, compraba, atesoraba. Pero nunca fue lo que podría llamarse un coleccionador de libros, ni sentía hacia ellos esa actitud obsesiva, fetichista y egoísta de otros: los consideraba instrumentos, vehículos, amigos, interlocutores: los quería, respetaba, cuidaba y a veces compartía, pero no veneraba al libro como objeto. Su actitud, que alguna vez calificó de "instrumental", le permitía -y hasta determinaba- que los subrayara, anotara y hasta plagara de observaciones, de índices paralelos, de reparos, de expresiones de entusiasmo. Mi tío era cualquier cosa menos un lector pasivo. Leía lápiz en mano, a veces lápices en mano.
Fue poseedor -convendría decir mejor constructor- de una considerable biblioteca personal cuyos fuertes fueron la literatura uruguaya, española e hispanoamericana, la teoría literaria y también las ciencias sociales: historia, sociología, ciencia política (sobre todo al final), algo menos la economía. También construyó una vasta hemeroteca: recuerdo su colección de ejemplares de Marcha, Revista de Occidente, Numero, Asir, Cine Radio Actualidad y de tantas otras revistas, así como su colección de folletos y sobre todo su personalísimo y muy artesanal archivo de recortes de prensa. Recorrer su apartamento atiborrado de libros era un modo de asomarse a su alambicado itinerario vital e intelectual.
La construcción de ese cuerpo de libros, revistas y artículos debió mucho a su condición de montevideano visceral: él no compraba por catálogo, lo hacía recorriendo las librerías del centro y la Ciudad Vieja, yendo a la feria de Tristán Narvaja, a remates a veces. En ocasiones salía a la caza con un objetivo preciso, pero en general hurgaba un poco al azar, aunque con profundo conocimiento u olfato de lo que podía encontrar y dónde encontrarlo. Seguramente conocía a todos los libreros de la ciudad, que lo querían, festejaban sus visitas y lo tentaban con ejemplares raros o recientes.
Construyó entonces con amor y esmero su biblioteca personal. Trabajaba fundamentalmente en su casa, aunque leía en todas partes, aun en los lugares mas insólitos: en cafés, por la calle, en parques, en la playa y hasta en el Estadio Centenario. Andaba casi siempre con un libro bajo el brazo, sin el menor atisbo exhibicionista, obviamente. Pero Carlos Real de Azúa también fue usuario activo y defensor acalorado de las bibliotecas públicas: dependiendo de los temas en los que estuviera trabajando iba a consultar libros y revistas a la Biblioteca Nacional, a la del Museo Histórico, a la de la Facultad de Derecho y supongo que a muchas otras. Cuando estuvo en Londres en 1973 recuerdo que me comentó admirado su visita a la venerable biblioteca del Museo Británico.
Para mi tío las bibliotecas eran mucho más que un montón de libros: eran -o debían ser- un lugar de encuentro, un punto objetivo de adquisición y difusión de conocimientos, templos funcionales, cálidos y acogedores donde se profundiza y ensancha la esfera del ser. En cierto sentido, la lectura fue para Carlos Real de Azúa un acto de carácter religioso. Como correspondía a su talante, fue reacio a títulos, homenajes y honores, pero creo que estaría contento y se sentiría orgulloso de que una biblioteca lleve su nombre y que en su seno se recuerde el amor que sintió toda su vida por los libros y la lectura al cumplirse 100 años de su nacimiento.